Las Oblatas somos...
Mujeres apasionadas que desean vivir el carisma oblato llevando la Buena Noticia a todos los hombres, evangelizando a los más pobres. Desde los comienzos de nuestra existencia vivimos el don de la internacionalidad, siendo un desafío muy grande para nuestras comunidades y en la misión. Actualmente somos 21 hermanas, de diferentes países de Europa y de Latinoamérica.
Formamos parte de la familia oblata donde, compartimos el mismo carisma, que es nuestro modo de hacer presente, aquí en la tierra, el Reino de Dios.
Nuestra congregación es misionera; en el día a día, los trabajos y las actividades que realizamos las hacemos en función de la misión que nos ha sido encomendada. De un modo especial acompañamos a las familias, a los niños y a los jóvenes, colaborando con los pastores de la Iglesia, allí donde estamos.
Nuestros comienzos
Cada una de nosotras sentía en su corazón un deseo profundo de vivir el carisma oblato. De hecho decíamos:“si fuera chico, sería oblato”.
A finales del año 1996 siendo aún muy jóvenes, teníamos en aquel momento entre 18 y 21 años, pertenecíamos a los grupos de los jóvenes oblatos en nuestras parroquias, participamos en un encuentro anual y es ahí donde nuestra historia comenzó. En aquel momento, participábamos activamente en la vida de la parroquia, pero sentíamos la llamada de vivir como “oblatas”. Acompañadas por los oblatos y después de mantener entre nosotras un contacto regular, decidimos comenzar a vivir en comunidad.
Desde el primer momento empezamos a estudiar las Constituciones y Reglas de los oblatos. Decidimos hacer un pequeño cambio y donde ponía “oblatos” pusimos “oblatas”. La Iglesia nos acompañó en cada uno de nuestros pasos y en el año 2001 aprueba nuestra pequeña comunidad como Instituto Religioso de Derecho Diocesano.
La noticia sobre nuestra existencia llegó muy rápidamente a oídos de muchos oblatos y curiosamente empezaron a llegar las jóvenes de diferentes lugares del mundo, que sentían el mismo deseo que nosotras.
...con abrir nuevos horizontes a la misión, allí donde la Iglesia más lo necesite. Queremos cruzar fronteras para que todos los hombres conozcan a Cristo, especialmente en donde nadie se atreve a cruzar.
Buscamos fomentar, cuidar y cultivar nuestra vida comunitaria, lugar donde crece nuestro celo misionero y desde donde realizamos la misión.
Deseamos y pedimos que el Señor nos envíe nuevas hermanas para que la obra que el comenzó en nuestras vidas crezca y así podamos ser signos de esperanza para tantos. Queremos ser testimonio vivo y verdadero de lo que Él mismo ha hecho en nosotras, para que otras se sientan llamadas a vivir el mismo carisma.