Vivimos en la Iglesia un tiempo de preparación para el Sínodo sobre la sinodalidad.
¿Qué podemos esperar de este sínodo? ¿Qué nos dice a nuestras pequeñas comunidades cristianas más próximas? Quizás se presenta ante nosotros una gran oportunidad, la de poder escuchar lo que la Iglesia tiene que decirse a sí misma, su sentir más profundo y también la oportunidad de escucharnos unos a otros para seguir avanzando juntos como Pueblo de Dios.
La apertura del Sínodo ha tenido lugar en el mes de octubre. Es el mes de las témporas
de acción de gracias y de petición. Un mes también dedicado al rosario y como no un
mes misionero, marcado por la jornada del DOMUND, un día que dedicamos de una
manera especial a rezar por los misioneros y misioneras y a solidarizarnos con ellos con
nuestra ayuda económica y compromiso.
Muchos acontecimientos que nos invitan al comienzo de este otoño a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios: soplo de vida, fuerza del Dios vivo, brisa que empuja los pasos lentos del caminante, huracán que arranca las ramas secas que nos paralizan… Como dice el Papa Francisco, esta etapa preparatoria del Sínodo es el tiempo para volver “al
estilo de Dios”, que no es otro que “la cercanía, a la compasión y la ternura”. Como Oblatas, nos sentimos llamadas a estar cerca de la gente, es nuestra misión, nuestra vocación.
Estar siempre cerca de la gente, es una manera de expresar nuestra espiritualidad misionera:
Desde la acogida y el acompañamiento a las personas.
Desde la mirada misericordiosa y compasiva de Cristo en la Cruz.
Desde la vida fraterna en comunidad, donde unidas por los lazos de la caridad y la obediencia experimentamos el amor del Salvador que queremos transmitir.
Desde la vivencia de la comunión en la Iglesia, que nos afianza en nuestro sentido de pertenencia a nuestra familia religiosa.
Desde la expresión de la maternidad y la ternura.
Ojalá que este tiempo nos ayude a escucharnos unos a otros dentro de la Iglesia y asentirnos piedras vivas de ella. Una Iglesia en la que todos estamos llamados a participar y contribuir con nuestro pequeño granito de arena. Una Iglesia en la que cada uno puede comprometerse y ponerse al servicio de los demás, desde las tareas más sencillas y cotidianas. Una Iglesia que cree espacios para reflexionar y discernir juntos sobre las necesidades actuales de salvación de la humanidad. Una Iglesia en la que todos somos hermanos y nos ayudamos a caminar para llevar a todos hacia Dios.
Marimar Gómez, omi
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