¿Sentirse libre para elegir es igual a ser libre? ¿Soy libre sólo porque puedo elegir? ¿Qué debo elegir para ser realmente libre?
Ante estas preguntas, que resuenan desde las dos últimas reflexiones, queremos preguntarnos esta vez: ¿Cuál es la propuesta del evangelio? ¿Cómo y desde dónde vivió Jesús su libertad? ¿Por qué eligió vivir su vida (y también su muerte) tal como lo conocemos desde los evangelios y no de otra manera? ¿Se sintió libre para realizar su misión? ¿Y cuál es su mensaje para nosotros en relación con el tema de la libertad?
Vamos a abrir esta reflexión empezando con San Agustín, que nos dejó una frase muy tajante: “Ama, y haz lo que quieras.” Hay personas que dicen, que es un resumen muy bello de lo que es la libertad cristiana. Con ella podemos ver ya, que la libertad de Cristo y también la del cristiano, tiene que ver con el amor. Pero, ¿cómo? Hay que profundizar un poco. Dejemos un momento a San Agustín y veamos primero el Evangelio. A ver, ¿qué nos dice?
Es la verdad
El propio Jesús cuando habla a los judíos sobre la libertad, dice: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». (Jn 8,31)
Con eso, Jesús nos quiere decir que para ser libres es importante conocer la verdad, la verdad de cada persona, el sentido y fundamento de su vida. ¿Cuál es esta verdad? ¿Cómo podemos hallarla? También aquí Jesús nos ayuda - dice, que esa verdad sólo la podremos descubrir, si nuestra vida está profundamente arraigada en el mensaje del Evangelio, en la palabra de Dios, que es Jesús mismo. Él se hizo carne, asumió toda la realidad humana y habitó entre nosotros para enseñarnos, cómo se puede vivir en una verdad plena nuestra condición humana y así ser libres.
Jesús vivió profundamente su ser hijo de Dios y su alimento fue cumplir la voluntad del Padre. Su misión en la tierra, dada por el Padre, fue que cada uno conozcamos el amor que Dios nos tiene y que podamos vivir en este Reino de Dios, que Él mismo ha soñado para nosotros: un reino de Paz y de Amor, en el que todos somos hermanos. Para eso se encarnó, predicó el Evangelio y entregó su vida en la cruz.
Aquí, en este momento culmen de su vida, escuchamos otra palabra más de Jesús sobre la naturaleza de la libertad cristiana: “Nadie me quita la vida, la entrego libremente.” Jesús tuvo una conciencia plena de su identidad y de su misión. Él había venido para manifestar el amor de Dios a los hombres. Cuando llega el momento de la cruz, este amor no se deja vencer. Es más fuerte que cualquier apetencia, miedo o sufrimiento. Sólo porque toda la entrega de Cristo tiene su fundamento y razón en el amor, puede ser verdaderamente libre.
Esa verdad de la vida de Jesús, por un lado es capaz de transformar nuestras vidas en vidas libres.
“La libertad de los hijos de Dios —explicó el Papa Francisco en una homilía— es el fruto de la reconciliación con el Padre obrada por Jesús, quien asumió sobre sí los pecados de todos los hombres y redimió el mundo con su muerte en la cruz. Nadie nos puede privar de esta identidad.”
Ser hij@ amando
Por otro lado, esa verdad debe ser manifestada en nuestra vida. Es ella quien nos revela quiénes somos realmente por naturaleza y nos muestra el camino que debemos andar, para así ser transformados conforme a la imagen de Cristo. Nuestra libertad consiste en que reconozcamos y vivamos esta profundidad de la
identidad cristiana: somos hijos de Dios, profundamente queridos y amados por Él. Y en este ser hijos de Dios tenemos una vocación a la libertad: no somos esclavos de leyes que tengamos que cumplir, sino que estamos llamados a vivir el amor a Dios y al prójimo hasta el punto de entregar libremente nuestra vida. Sabemos que en nosotros hay una dimensión de pecado, que puede romper la alianza de amor que Dios ha establecido con nosotros, que nos puede hacer prisioneros y por la cual necesitamos su perdón y salvación. Este perdón lo hemos recibido por la entrega libre y amorosa de Jesús en la cruz por cada uno de nosotros. Pues reconociendo esta identidad nuestra como cristianos podemos entender ahora un poquito mejor las palabras San Agustín “Ama, y haz lo que quieras”. Este “Ama” esconde toda la verdad de nuestra fe, el ser hijos amados y redimidos por Dios y nuestra vocación de amarle a Él y a todos los hermanos. Nuestra vida será libre en la medida, que vivamos, decidamos y obremos desde el amor a Dios y al prójimo. Así nuestros actos son libres porque son actos de amor, por lo que San Agustín termina su frase con “haz lo que quieras”.
Katharina OMI
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