"Deseando responder a las necesidades de salvación de hoy" C1
El día 1 de septiembre de este curso, lleno de incertidumbres y temores, comencé en un colegio para iniciar una nueva andadura: dar clases de Religión en la ESO. El nivel de inseguridad y ansiedad se respiraba, y aun todavía se respira y lo que nos quedará... Lo que hasta ahora ha valido como estructura escolar, con sus organizaciones y ensamblajes, para mí bastantes desconocidos, se ha puesto a prueba con la pandemia que sufrimos.
En medio de este ambiente (y no solo en éste: también desde Caritas, la parroquia, las calles de Vallecas), miraba y reconocía en encuentros personales, con profesores, con los adolescentes, la vulnerabilidad que vivimos y en la que nos movemos. Vulnerabilidad en el cuerpo: nos vamos infectando por el Covid y, alguno con gravedad y hasta llegar a perder a algún familiar; pero no solo, y probablemente no lo más grave. Es la vulnerabilidad en nuestro modo de vida y vulnerabilidad en nuestros corazones la que veo.
El hombre herido
Como el buen samaritano de la parábola, siento al hombre y mujer de hoy – niño, adolescente, joven, adulto, anciano – con una vulnerabilidad en su corazón que le hace vivir en tantas situaciones “tirado en la calzada”, “medio muerto”, “herido”…
¿Cuál es el rostro de este hombre herido?
La soledad sin compañía, el sufrimiento sin contacto físico y con distancia del otro, el límite de las fuerzas humanas ante el problema que nos desborda, la falta de una comunidad familiar que ama y ayuda a crecer en medio de las dificultades, la ruptura de familias por tocar fondo en sus problemas familiares (personales, laborables, económicos), la carencia de personas vulnerables con una fe y esperanza inquebrantables que muestren una luz en el camino y una razón para esperar.
Son muchas las necesidades de salvación de HOY, y Jesucristo nos sigue llamando como al buen samaritano – “un corazón que ve y actúa en consecuencia” - para acercarnos a todo hombre que sufre en su cuerpo y espíritu, para vendar sus corazones desgarrados, para echarles en sus heridas el oleo del consuelo y el vino de la esperanza, para montarles en nuestra propia cabalgadura y acompañarles a la posada de la Iglesia, donde Cristo nos cura con su misericordia y nos hace volver a caminar en la esperanza de una Vida que nos fortalece en nuestra vulnerabilidad.
Irene Aguilar, omi
Gracias, por el artículo.