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Signo profético

ES POSIBLE PERSEVERAR EN EL AMOR


Vivimos en tiempos posmodernos, “tiempos líquidos, sociedad liquida, amor liquido”, según la metáfora acuñada por el sociólogo alemán Zygmunt Bauman. ¿Qué busca el hombre de hoy, este “hombre líquido”? Busca una vida sin ataduras, sin demasiado compromiso, ni en las relaciones ni en el  amor ni en el estilo de vida. La búsqueda de nuevas experiencias, sin echar raíces ni crear vínculos duraderos ni firmes. Esta debilidad en los vínculos y las relaciones que nos sustentan tiene consecuencias. Las grandes instituciones, como la Iglesia, se perciben con gran desconfianza. ¿Es creíble con todo lo que acontece dentro de ella? El diagnóstico en nuestro contexto actual es claro, se impone una realidad que se ve y se oye con más signos y síntomas: una sociedad occidental desvinculada, vidas fragmentadas envueltas por relaciones efímeras, que tejen historias de vida muy vulneradas y vulnerables, con poco sentido, y no poco sufrimiento.  Es este momento de la historia que nos ha tocado vivir, nuestro reto y oportunidad de misión.


¿Algo solido es posible?

"Esta realidad nos grita con urgencia y nos toca nuestros corazones como lo hizo con el de San Eugenio” (P. Louis Lougen omi).  Las Misioneras Oblatas estamos de preparación a nuestro V Capítulo General. Es un tiempo que nos dejamos guiar por el Espíritu Santo para responder con nuestra vida a la misión que Dios nos llama hoy. San Eugenio nos acompaña en nuestro camino para mirar la realidad y escuchar este “grito” de los hombres y mujeres de nuestra sociedad. No podemos ser indiferentes a las necesidades de salvación de nuestros hermanos. Es urgente abrir el corazón, la mirada y los oídos, a la realidad que nos interpela: ante tanta ruptura, desvinculación, liquidez…. ¿cabe creer, esperar algún signo que sea antídoto? ¿Es posible que renazca una “solidez” en este tiempo?


Algo siempre antiguo y siempre nuevo está brotando. Una herencia de la que somos depositarias. Un signo que nos identifica como familia carismática. Un espíritu de familia que nos caracteriza en nuestros lazos fraternos y en nuestro modo de vivir la misión. Un sello del corazón de Eugenio en nuestra espiritualidad oblata:

“Que los hermanos oblatos se convenzan todos del espíritu de familia que debe existir entre nosotros.  He visto a muchas órdenes religiosas, estoy en relación muy íntima con las más regulares.  ¡Pues bien!, he reconocido entre ellos, independientemente de sus virtudes, un gran espíritu de cuerpo; pero este amor más que paterno  del jefe por los miembros de la familia, pero esta correspondencia cordial de los miembros para con  su jefe que establecen entre sí  relaciones que salen  del corazón  y que  forman entre nosotros verdaderos lazos  de familia de padre a hijo, de hijo a padre, eso no lo encontré en ninguna parte.  Lo he agradecido siempre a Dios como  un don particular que se ha dignado concederme; porque es el temple de corazón que  me ha dado, esta expansión de amor que me es propia y que se difunde en cada uno de ellos sin detrimento para otros, como es, si puedo expresarme así, del amor de Dios a  los hombres.  Digo que es este sentimiento, que sé que viene de quien es la fuente de toda caridad, el que  ha provocado en los corazones de mis hijos esta reciprocidad de amor que constituye  el carácter distintivo de nuestra muy querida familia.  Que esto sea   para ayudarnos mutuamente a gustar más el encanto  de nuestra vocación, que todo se atribuya a Dios para su mayor gloria.  Es el deseo más ardiente de mi corazón”. (San Eugenio al p. Mouchette, Roma, del Quirinal, 2 de diciembre 1854, Vol. 11 p. 252 ss.)

Con lazos fuertes

¿Participamos de estos verdaderos lazos de familia? ¿Prolongamos esta reciprocidad de amor? Así es nuestra llamada. Jesús, fuente de todo amor, “habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). El amor del Salvador nos atrae hacia Él, entre nosotros, y hacia los más vulnerables, los pobres de hoy. El don del Espíritu Santo se encarna, de modo concreto, en el tiempo de San Eugenio, y en nuestro tiempo. Se nos regala este sentido de familia que es carácter distintivo del carisma oblato.  Nos vincula como cuerpo. Nos hace desear ser un solo corazón y un solo cuerpo. Nos llama a perseverar en el único amor (cf. C.29), que no es líquido ni gaseoso, sino sólido, roca firme donde permanecer, como María al pie de la Cruz. Viene a mi mente y corazón algunas bellas imágenes de este amor perseverante. Un amor fiel, sencillo y escondido, de tantos miembros de la familia, laicos y laicas de la familia que viven en sus hogares, comunidades de oblatos y oblatas en misión, aun en medio de las adversidades y el mal, la enfermedad y el dolor, permanecen con una entrega incondicional y un amor ardiente.


¿Es posible este signo profético en medio de nuestro tiempo?  ¿Es posible nuestra perseverancia como signo de la fidelidad de Cristo a su Padre? ¿Es creíble nuestra perseverancia en el amor vivido en nuestras comunidades?

No perdamos la oportunidad, Jesús lo hace posible en nuestro cuerpo, en su Iglesia. Su promesa es una certeza, una experiencia que llena nuestra historia de esperanza. Su alianza de amor trazada desde antiguo hoy se cumple: “Haré con ellos alianza de paz, una alianza eterna(…) tendré mi morada junto a ello, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (cf. Ez 37,26-27).  Nuestra perseverancia solo se hace posible en el Misterio que vamos a celebrar en estos días santos. Acompañemos a Jesús, con María. Ella, junto al discípulo amado y otras mujeres, fueron creíbles en medio de la dispersión. Ella se convirtió en signo profético al pie de la Cruz: Stabat mater.  Ella permaneció de pie, con mirada perseverante en su Hijo amado, creyendo firmemente que no quedaría defraudada. ¿Es una llamada actual en nuestro carisma oblato renovarnos en nuestro cuarto voto de perseverancia, en nuestro sentido de familia?

Ahora es nuestro tiempo, ahora es tiempo de permanecer en el único Amor que nos salva.



Irene OMI

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