San Eugenio de Mazenod, fundador de los misioneros oblatos, se sentía llamado a ir a las almas más abandonadas y uno de sus primeros ministerios fue con los prisioneros de Aix. Deseaba continuarlo a través de los Oblatos, según escribió en las Reglas:
Nunca olvidemos que uno de los principales fines de nuestro Instituto es ayudar a las almas más abandonadas. Por esta razón, los desafortunados presos de las cárceles tienen todo el derecho a reclamar la caridad de nuestra Sociedad. (Art.1)
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En nuestra Congregación, somos varias las hermanas que nos hemos podido acercar a la realidad de las personas privadas de libertad, visitando a los prisioneros. Una de las cosas más importantes que he podido experimentar en este servicio es que para Dios nadie está perdido. Que no son nuestros errores y fallos, los que nos definen, sino lo que somos a los ojos de Dios – sus hijos amados. He visto que con el Señor, todos podemos comenzar de nuevo, que su amor incondicional nos hace redescubrir nuestra dignidad que quizás hayamos perdido de vista debido a nuestros pecados. Porque Él “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo” - como lo dice el Salmo 113, 7-8.
De un modo especial, pude reconocerlo en la persona de Antonio, interno de una de las cárceles de Madrid, al que conocí hace dos años. En su poema "La prisión me hizo libre" escribe:
"Aquí adentro, en este 'infierno',
me reencontré con mi Dios;
me entregué a Él, por entero,
invadiéndome su Amor."
Antonio pasó encarcelado tres años de su vida. Durante su estancia en la prisión volvió a Dios del que se había alejado por mucho tiempo. Ha sido para mí un regalo muy grande, el poder compartir con él muchas conversaciones sobre nuestro Dios, sobre la fe, sobre la vida... Antonio entregó toda su vida y todo su ser al Señor y deseaba vivir en cada momento de su vida sirviendo a Dios y a los demás. Siempre se interesaba por nosotras, las misioneras oblatas, y por nuestra misión y nos apoyaba mucho. Nos dedicó también una de sus Oraciones / Poesías que tanto le gustaba escribir.
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El pasado 1 de febrero, Antonio partió – por causa de una enfermedad grave - a la casa del Padre para ver a su Señor. Me lo imaginé decir como Simeón: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador." (Lc 2,29-30) Estaba preparado. Pasó de la prisión directamente al cielo. Porque para nuestro Dios, nadie está perdido. Para Él, nada es imposible.
Gracias, Antonio, por permitirme ser testigo de las maravillas que nuestro Dios ha ido haciendo en tu vida. Ahora ya puedes descansar en paz, en presencia del Señor, porque tus ojos han visto a tu Salvador.
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Melania OMI
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