... no son vuestros planes (Is 55,8)
“¿Estás contenta de ir a Alemania?” Esta fue la pregunta que más frecuentemente me hacían, cuando a finales del curso pasado decía a la gente que me iba de España. Mi respuesta solía ser: “Estoy contenta de que mi camino con el Señor sigue.” Pasé en Madrid casi 9 años en el tiempo de mi formación primera. En junio acabé mis estudios de teología y me esperaban dos años de regencia, es decir, de misión. Como juniora, que se está acercando poco a poco a los votos perpetuos, tenía que conocer más de cerca la vida y la misión de nuestra comunidad en Alemania y participar activamente en ella.
En junio visité por primera vez mi nuevo hogar: Ramsdorf, una pequeña ciudad de unos 6000 habitantes. Una de las cosas que una noche me llamó la atención fue el cielo lleno de estrellas que en Madrid no era tan fácil de disfrutar. Oí como el Señor me invitaba otra vez más a dejarlo todo e ir a la tierra que me enseñaba, a la tierra alemana. A esta invitación se unía la promesa de fecundidad: “Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Así será tu descendencia.” (Gn 15,5) En este momento sabía que el Señor ya me esperaba aquí y que mi entrega iba a dar frutos.
A mitad de septiembre me mudé definitivamente a Ramsdorf. Con el “plan de acción” hecho por mí y por las hermanas responsables de mi formación. Como profe de alemán iba a dar clases a los refugiados y me animaba también a dar clases de español a los alemanes. Quería meterme cuanto antes en la lengua alemana, pero al final me tuve que inscribir a un examen de español para conseguir un certificado de nivel. Hasta noviembre pasaba todos los días ampliando mi vocabulario, porque me apunté al nivel más alto posible. No por fiarme tanto de mí, sino sabiendo que el Señor me dio este don de idiomas y no quise enterrar mi talento por miedo al fracaso. Sigo sin conocer el resultado, pero sé que lo importante fue darlo todo para la misión. Además pude compartir unos días en Frankfurt con los padres de nuestra hermana Theresa que me acogieron con mucho cariño en su casa y me acompañaron en esos momentos de fatiga.
En octubre, el viernes 27, iba a renovar por quinta vez mis votos temporales, en presencia de mis hermanas oblatas, de los oblatos, y los jóvenes laicos de los oblatos que estaban reunidos en el Nikolauskloster. Pero el jueves 26, una hermana y yo tuvimos un accidente de coche. Milagrosamente no nos pasó casi nada, a pesar de que el coche no sobrevivió. Lo impresionante fue que al sacarme los bomberos del coche para llevarme en la camilla al hospital, tenía mi cabeza fijada de tal modo que sólo pude mirar hacia arriba, hacia el cielo. Allí oí de nuevo: “Mira las estrellas, así será tu descendencia.” Y me sentí muy feliz y contenta. Después de dos días en el hospital, volví el sábado a casa, y renové mis votos el domingo por la tarde con mi comunidad y unos amigos de la parroquia.
También quise participar en la ordenación diaconal de mi amigo Oto, misionero oblato de Chequia. Cogí el tren hacia Düsseldorf y luego iba a coger el autobús a Chequia. Pero éste no vino. Así que volví a casa, lamentándome, pero también confiando que así debía ser.
Después de mi examen de español, por fin tenía previsto empezar a pensar y hablar más en alemán, para poder hacer una entrevista para dar clases. La iba a tener el 7 de diciembre y el mismo día iba a empezar mi pastoral en el centro penitenciario de Münster. Pero dos días antes me caí de la escalera en nuestra casa y me rompí una pierna. Pasé 8 días en el hospital donde fui operada dos veces. Tocaba descansar, seis semanas sin poder pisar con el pie. Las hermanas y nuestros amigos de la parroquia prepararon para mí una salita con un sofá grande. Aquí se ha trasladado también nuestra vida comunitaria, aquí comemos, compartimos, jugamos.
Este tiempo no ha sido fácil para mí. Me daba mucho miedo el sufrimiento físico. Me imaginaba a esos santos que lo vivían con una entrega alegre, pero al final me quedé mirando a Jesús. Me sentía clavada en mi cama deseando huir de la cruz, pero sin poder hacerlo. Pero pude reconocer que cada caída es para levantarse. Jesús también se cayó varias veces bajo el peso de la cruz, pero se levantó de nuevo. Además, en una parte de su camino necesitaba la ayuda de Simón de Cirene, porque no tenía suficiente fuerzas para llevar su cruz. Yo también me caía en mi ánimo y me levantaba cada vez de nuevo. También necesitaba el apoyo de mis hermanas, de mi familia y de mis amigos que me sostenían con su oración y su cercanía.
Después de más de un mes de mi accidente, sigo pasando la mayoría del día en el sofá. Porque los planes del Señor son diferentes a los que me he propuesto yo. Son mucho mejores. Y lo más importante es sentirlo a mi lado: “Yo estoy contigo, no temas.” ¿Qué más puedo desear?
Melania, OMI
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