La situación de la pandemia todavía no ha pasado. Muchos países siguen sufriendo esta realidad y además, se espera que haya nuevos brotes para el curso próximo. Esto hace que el futuro lo percibamos incierto, todavía no sabemos cómo será el modo en que realizaremos el trabajo, la pastoral, la misión.
Vivir de un modo más humano
El Covid-19, para salvaguardar nuestra salud y la de los que nos rodean, nos ha obligado a imponer protocolos que se han introducido en ámbitos muy nuestros, muy humanos, que tienen que ver con lo cotidiano de la vida, como el ir a comprar, cocinar, limpiar la casa, trabajar, saludar, dirigirnos y relacionarnos con otros, celebrar la Eucaristía, y un largo etc.
Ahora todos salimos a la calle con gel desinfectante, mascarilla y guardamos la distancia de seguridad allí donde estamos, trabajo, parroquia, supermercado. Pero con este cambio de costumbres, la pandemia ha logrado despertarnos de un cierto letargo, y nos hemos visto obligados a cuestionarnos la vida cotidiana, cómo nos relacionarnos, el sentido de nuestra vida y existencia, en definitiva nos ha introducido de un modo más profundo en nuestra propia realidad, y nos ha invitado a vivir desde el hontanar de nuestro ser. Podríamos decir que, estas circunstancias nos están llamando a vivir de un modo más humano, más cristiano, y nos ayuda a recordar y reconocer que todos somos hijos de un mismo Padre.
Hemos experimentado que el uso de mascarilla y la distancia de seguridad, ha subrayado algunos aspectos de la comunicación no verbal.
Por esto el contacto visual está jugando un papel importante en nuestro día a día. La mirada junto con un gesto, están siendo más significativos, ya que tienen que tener la fuerza de atravesar las distancias y límites para poder comunicarnos en esta nueva normalidad. Por ello, aprendemos a mirar y a dejarnos mirar con profundidad en este tiempo de pandemia , y esto supone un nuevo modo de conocer la realidad que espabila otros recursos que tenemos.
Mirar la verdad de nosotros mismos
Todo esto me hace reflexionar y preguntarme, desde otra perspectiva distinta, sobre la manera en que miró San Eugenio a sus contemporáneos y en cómo lo expresa él mismo en el famoso sermón de la Magdalena:
“Sois los hijos de Dios, los hermanos de Jesucristo, los herederos de su Reino eterno, la porción escogida de su heredad…”, y la invitación que les hace a mirar la verdad de ellos mismos: “que vuestros ojos traspasen de una vez los harapos que os cubren; hay dentro de vosotros un alma inmortal hecha a imagen de Dios”.
En este tiempo de pandemia, San Eugenio nos invita a dejarnos encontrar y abrazar por la mirada amorosa de Jesús Crucificado, para que ella nos transforme y nos habite, de tal modo, que la nuestra tenga la capacidad de reflejar el valor de la vida de los que nos rodean, como lo fue la de San Eugenio para los pobres y abandonados de su tiempo.
La Pandemia, junto con sus protocolos y mascarillas, puede ser una escuela en que ejercitemos una mirada de misericordia y amor, que genere en nuestro interior y a nuestro alrededor, vida y dignidad. Hay miradas que destruyen, maldicen, juzgan, increpan, están llenas de quejas, pero hay miradas que con su amor devuelven la vida porque hacen dignas a las personas y les recuerdan la fuente de su ser. Mirémonos así entre nosotros, en nuestras comunidades, en nuestro trabajo, en nuestra misión, recordémonos cada día, quiénes somos a los ojos de Dios, traspasemos nuestros harapos, y expresemos y celebremos con agradecimiento aquello que ha hecho bella la vida. Esto nos hará más humanos, más cristianos y nos ayudará a gozar de la alegría de ser hermanos e hijos de Dios. Esta alegría que es semilla de Evangelio.
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