Hace unos meses, celebramos en Pozuelo la clausura de nuestro 25º aniversario del inicio de la primera comunidad de las misioneras oblatas. María Inmaculada, estuvo muy presente desde nuestra reflexión sobre el “genio femenino” en el carisma oblato. Quizá más presente que en otras ocasiones, quizá de un modo nuevo para nosotras, junto con la familia oblata.
Desde hace mucho tiempo, las hermanas llevamos una inquietud en el corazón: María Inmaculada forma parte de nuestro nombre, del carisma oblato y experimentamos que tiene mucho que enseñarnos como mujer, como consagrada, como misionera.
“Deseamos escuchar la Buena Nueva del carisma en femenino, la Buena Nueva de la mujer, creada a imagen de Dios y llamada en igual dignidad que el hombre a participar de la plena comunión que Dios nos ofrece”. Desde este anhelo compartido por el actual Padre general de los Oblatos (Chicho), nos acercamos a esta fiesta entrañable para toda la Iglesia, y con un cariño especial de sus hijos e hijas de la familia oblata, que la tenemos por Madre y Patrona (cf. C10).
¿Cuál es la Buena Nueva que nos trae María? Lo primero y ante todo, como lo que es, mujer. Como Eva fue criatura, barro moldeado por las Manos de Dios a su imagen, como ayuda necesaria para que el hombre saliera de su soledad y vivir en comunión de carne y espíritu, así también María: preparada, soñada y creada por Dios para ser mujer. Ser esa tierra virgen, capaz de acoger, cuidar, hacer crecer, hasta la entrega de su propia vida en favor del que es la Vida, nuestro Señor.
El paradigma bíblico “Eva-María” es muy sugerente. Como una voz profética, podemos descubrir una nota significativa del misterio de la “mujer” en toda la historia de la Salvación. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la mujer, “Eva, madre de todos los vivientes”, aparece en la lucha contra el mal, contra el Maligno. Leemos en el Génesis: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn 3,15). En esas palabras dichas a la serpiente, se reconoce el puesto singular dado a la “mujer” en orden a la Salvación. Y es la misma “mujer”, la que al final, en Apocalipsis, se manifiesta como «una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). Esta prefiguración de la “mujer”, al principio y final de la historia, expresa el misterio de la Inmaculada Concepción: mujer, llamada y creada por Dios, a la lucha contra el mal, que sufre «con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2), para que sea posible la victoria definitiva de Dios sobre el mal (cf C.10). Dios cuenta con lo débil, con lo que no cuenta, con lo discreto, cuenta con la “mujer”, para anular al que quiere ser poderoso, al que quiere derrotar la vida. Así también lo profetiza, aclama y canta María en el encuentro con su prima Isabel en el Magnificat.
¿Cómo participamos toda “mujer” de este misterio de la “mujer”, María como Inmaculada?
Como dice Juan Pablo II, en la Mulieris Dignitatem 30:
“Es también la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación. ¿No quiere decir la Biblia que precisamente en la «mujer», Eva-María, la historia constata una dramática lucha por cada hombre, la lucha por su fundamental «sí» o «no» a Dios y a su designio eterno sobre el hombre?(…) La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación”.
Como todo lo de Dios, es muy humano, así es la lucha de la mujer a favor del hombre. En medio de lo cotidiano, la mujer cuida al ser humano con una sensibilidad especial: en muchas ocasiones son luchas y tormentas fuertes, muchas en medio de la violencia sufrida; muchas desapercibidas en lo escondido de las familias; muchas en la precariedad de medios para salir adelante para comer y dar lo necesario a los suyos; muchas en el cuidado del enfermo y el más desvalido y vulnerable…¿Cuántas situaciones podríamos añadir con nombre y apellidos de nuestra historia y ambiente próximos, de lo que vemos cada día?
“En realidad, el “genio femenino” radica en esa habilidad, tan especial de la mujer, de cuidar del ser humano, gracias a su especial sensibilidad. Es decir, la mujer es plenamente mujer cuando vive como un don para los demás, su “genio” nunca es para ella, es para los otros”
Celebramos con toda la Iglesia, y como familia oblata, la fiesta solemne de nuestra Madre y Patrona. Ella es buena nueva que nos trae al Salvador, en medio de las luces y sombras que vive nuestro mundo, que vivimos en nosotros. Ella es don para nosotros. Ella es camino de esperanza en la lucha y victoria sobre el mal. Ella es mujer, tierra elegida para que toda mujer descubra su misión profética en lo ordinario, en lo escondido, en lo discreto: acoge, da vida, cuida, fortalece, alienta, lucha a favor del pobre, reaviva la fe, la esperanza y la caridad.
Irene, OMI
Mª Consolación Isart, “El profetismo de la mujer: María, la mujer, la Iglesia”. Pensar la mujer, mas allá de las ideologías. Fundación Universitaria Española.
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