¿Cómo siento la mirada de “los otros” sobre mí? ¿Y cómo he experimentado en mi historia la mirada del Otro?
La experiencia de cómo nos sentimos mirados por los otros, en especial por nuestra familia, amigos, personas cercanas que nos quieren y queremos, va conformando nuestro modo de mirar hacia los que nos rodean, al mundo, y claramente, a uno mismo. En este mundo actual que vivimos, tan herido, con esta situación de pandemia que nos tapa la expresión de nuestro rostro y apenas solo quedan nuestros ojos destapados, reconocemos más que nunca la necesidad de una mirada que comunique. Necesitamos una mirada más allá, que nos transmita una esperanza, un amor por el que merece la pena seguir viviendo. ¡Cuánto más lo necesitan aquellos más vulnerables, amenazados por la soledad, la desesperanza, el sufrimiento sin sentido! Parémonos por un momento y miremos a nuestro alrededor: ¿Cómo miro al que tengo a mi lado? ¿Cómo me siento mirado?
Para las misioneras oblatas, nuestra historia está atravesada por una mirada. Es la mirada de Cristo Salvador en la Cruz. No es una más, sino la de Aquel que ha transformado nuestra vida, como le aconteció a Eugenio de Mazenod aquel Viernes Santo. Cada oblata podría narrar “su viernes santo”. Eugenio nos lo deja en aquel precioso testimonio:
“No puedo olvidar aquellas lágrimas amargas que la visión de la cruz hizo brotar de mis ojos, un viernes santo. Salían del corazón, fue imposible contenerlas…Sólo el recordarlo me inunda el corazón de una dulce satisfacción y ansiedad. Soy feliz, mil veces feliz, porque este buen Padre, a pesar de mi indignidad, ha desplegado sobre mí, todo el torrente de sus misericordias”.
Se dejó mirar y traspasar por un amor lleno de la misericordia del Salvador. El Crucificado le atravesó con su mirada su indignidad, su fragilidad y le cambió la mirada de su corazón. Eugenio ya no miraba al mundo del mismo modo. Sus ojos de los que brotaron lágrimas amargas por el dolor de su pecado, se purificaron y se abrieron a una nueva mirada: su mirada en Su Mirada.
“A través de la mirada del Salvador crucificado ven el mundo rescatado por su sangre…” (C.4)
Nuestra mirada ha sido cautivada hacia la suya. Nos atrae hacia la Cruz: “Cuando yo sea elevado sobre vosotros, os atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Fijamos nuestra mirada en la suya. Sus ojos nos abren a la verdad de un amor que ve hasta el fondo de la persona, e impulsa a mirar. Ser mirado nos abre una capacidad nueva en el corazón que lo conforma. La llamada es clara: “mirad cómo es mi amor por cada una de vosotras, dejaos transformar por mi mirada, llena de misericordia, y ahora id y anunciadlo”. Este es el deseo de su corazón, como lo fue para sus primeros discípulos, para Eugenio, y hoy también para toda la familia oblata. Nuestro Salvador desea atraer a todos hacia sí, hacia su amor que sana a cada herido del camino, que da vida en abundancia. Y cuenta con nosotros… ¿Cuántos hombres y mujeres de nuestro tiempo anhelan y esperan que alguien les mire a los ojos con amor incondicional, con una mirada que le abra a una esperanza nueva, a un sentido de su vida?
Esta llamada misionera la hemos recibido bajo el signo de nuestra Cruz oblata en la oblación perpetua. Ella nos recuerda constantemente el amor del Salvador (cf. C.67), su mirada misericordiosa, nos conforma nuestra mirada del corazón para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo experimenten la fuerza curativa y misericordiosa de su Resurrección. (cf. C.4)
Irene OMI
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