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En la tradición de la Iglesia, el mes de junio está dedicado especialmente al Corazón de Jesús. Esta devoción, presente desde los primeros siglos de la Iglesia, tuvo su mayor difusión por Europa a mediados del s. XVII gracias a las visiones de santa Margarita María Alacoque. Fue así como comenzó a propagarse el culto al Sagrado Corazón de Jesús.
Podemos considerar que Eugenio de Mazenod, también tuvo desde su formación
primera junto a D. Bartolo Zinelli, una especial devoción a los Sagrados Corazones de
Jesús y de María. Buceando por sus textos podemos encontrar algunas referencias. En
una de sus oraciones para los ejercicios de los primeros viernes en honor al Sagrado
Corazón de Jesús dice Eugenio: “Derramad en mi corazón, un amor vivo y constante”.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús consiste por tanto en contemplar el amor de
Dios para dejarse abrasar por él.
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¿Qué nos dice hoy a nosotros este misterio tan humano y tan divino?
En primer lugar, nos lleva a no dejar de admirar el amor de Dios que es amor sin límites, amor misericordioso, amor que perdona, amor que se entrega, amor que crea unidad y comunión, amor que se da siempre al máximo. Este Dios que es amor, nos pide también una respuesta de amor: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’’ (Mt 22, 37).
Las Oblatas expresamos esta respuesta de amor a través de nuestro voto de castidad:
“La castidad consagrada las invita a desarrollar las riquezas de su corazón. Expresa vida y amor; es donación total de ellas mismas a Dios y a los hombres, con toda su capacidad afectiva y las energías vivas de su ser”. (Constitución 16)
¿El amor sigue siendo actual?
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En nuestros días, podría parecer una osadía decir que por nuestra castidad consagrada damos testimonio del amor de Dios que nos libera, pero no lo es. Nuestra vida es ante todo una cuestión de amor, es darse, sin hacer cálculos. Es consagrarse del todo, consagrar nuestra vida, nuestro tiempo, nuestro presente y nuestro mañana. Es ser del todo y en todo suyas. Deteniéndonos ahora ante el Corazón de Jesús, me pregunto ¿qué valor tiene hoy en día el amor? ¿Es el amor el motor de nuestras decisiones, de nuestros criterios? ¿Nos servimos del amor para lo que nos conviene o buscamos vivir la plenitud en el amor? Termina diciendo la constitución que la castidad “les permite acudir allí donde se ven las necesidades más urgentes, y dar juntas testimonio del amor que el Padre les tiene y del amor que ellas fielmente le profesan”.
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Nos invita a preguntarnos por la medida de nuestro corazón ¿estamos dispuestas a acudir allí donde se ven las necesidades más urgentes de la Iglesia? Esta hermosa fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a contemplar el amor de Dios en la imagen del costado abierto de Cristo en la cruz, nos invita a desarrollar las riquezas de nuestro corazón y por eso:
Queremos ser don total a Dios, haciéndole el centro de nuestra vida.
Queremos ser libres para atender las necesidades más urgentes,
para no acomodarnos y ser expresión del amor de Dios
a través de nuestro servicio, nuestra alegría, nuestro desprendimiento.
Queremos ser enviadas, especialmente a los pobres, a los marginados, a los
abandonados, porque ellos son los recipientes del amor de Dios.
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Marimar omi
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