Dentro de unos días finalizará el tiempo de Pascua con la celebración de la Solemnidad de Pentecostés. Volveremos al tiempo ordinario, pero no lo haremos de la misma manera. Algo habrá cambiado en nosotros. La luz de Cristo resucitado que recibíamos en la noche de la Vigilia Pascual ha irrumpido en nuestra oscuridad y ha hecho que la noche fuera clara como el día. Ahora nos preparamos para recibir al Espíritu Santo. Es el tiempo en el que nos sentimos necesitados de su amor y de su gracia, tiempo en el que la tierra, la creación, hoy más que nunca necesita de la fe para volver a encontrarse con su creador.
El Espíritu, amor que se desborda en nuestros corazones, nos ha alcanzado y nos envía al mundo, de ahí que como misioneras, nuestro primer servicio en la Iglesia sea el de anunciar a Cristo y su Reino a los más abandonados (C 5). Viene a mi mente la expresión de San Pablo: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1 Cor 9, 16) Es verdad, que será de nosotros si no anunciamos a Cristo y su Reino a los más abandonados, que será de nosotros si no transmitimos una mirada de amor, una mirada de ternura, de esperanza al mundo, a la Iglesia, a los pobres, que será de nosotros si la gente no ve reflejado en nuestros ojos, en nuestros gestos y palabras el amor de Dios, su bondad y misericordia.
Como misioneras, tenemos que cultivar cada día en nosotras una mirada que nace del encuentro con el amor del Salvador. Podremos ser así sus cooperadoras, ver a cada persona con los ojos del Salvador y desde él mirar y hacer crecer los valores humanos y cristianos de aquellos que todavía no le conocen. Desde esta cercanía con el Salvador, el corazón no puede sino conmoverse ante las necesidades de salvación de los más pobres, cuya condición está pidiendo a gritos una esperanza y una salvación que sólo Cristo puede ofrecer con plenitud.
Para concluir, quiero traer a colación, unas palabras que nos dedicó un oblato a las primeras hermanas el día de nuestra profesión religiosa el 9 de septiembre de 2001, ojalá que podamos vivirlas cada día de nuestra vida:
Ser Misioneras Oblatas de María Inmaculada es…
Ser expresión del amor de Dios al mundo y actualizar en la oblación el amor fraterno en comunidad y la entrega por amor en la misión.
Ser camino, verdad y vida en la oblación que identifica con Jesús y lleva a vivir la radicalidad de su Evangelio.
Ser esperanza para quienes sufren, para quienes lloran, para quienes ríen y para quienes gozan.
Marimar Gómez, omi
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