EL mal nos afecta, ¡y mucho! No nos hace falta irnos a buscar muy lejos, y menos en el periodo que estamos viviendo. ¡Cuántas personas conocemos que han perdido a un ser querido en la pandemia! Si nos toca realmente de cerca, sentimos dolor… a veces, una gran tristeza, que puede ir hacia la depresión, otras veces sentimos rabia y nos rebelamos… o bien nos abruma el miedo, la impotencia, o el sin-sentido… Nuestra reacción al mal es tan visceral, que nos cuesta ver claramente qué es el mal y cómo nos está afectando. Más bien, dedicamos mucha energía a intentar evitarlo, o a huir de ello.
¿Acaso no tenemos la tendencia de querer “consolar” un poco superficialmente al que vive un duelo, sin dejar que exprese su dolor, incluso su rabia...?
¿No será esta reacción un síntoma de nuestra huida ante el mal?
Intentaremos aportar aquí un poco de luz sobre el tema del mal. Sin embargo, antes de entrar en ello, un aviso: el mal es oscuro, irracional, incomprensible, es un profundo misterio. No tendremos respuestas a este misterio. Solo podremos marcar un camino y evitar vías impracticables. Para empezar, me parece que podemos poner sobre la mesa una distinción importante: el mal “inocente” y el mal “culpable” (lo que se ha llamado muchas veces mal físico y mal moral). El mal “inocente” expresa la realidad del mal que es independiente de toda responsabilidad humana.
Podemos hablar aquí de las catástrofes naturales, y de manera más cercana aun, la experiencia de la enfermedad y de la muerte. La realidad del sufrimiento en la vida humana se ha intentado justificar de muchas maneras (por ejemplo, aludiendo a una armonía cósmica o a una providencia que lo gobierna todo para nuestro bien mayor), pero en último término, nos topamos siempre con una irreductibilidad del mal que padecemos en persona. Hay un exceso del mal que es injustificable: esta es la experiencia de Job en la Biblia. En este libro, como en nuestras experiencias, vemos que este mal-sufrimiento pone directamente en cuestión a Dios, porque no tiene otro responsable. Ahí, la cuestión del mal nos afecta profundamente en nuestra relación a Dios. En efecto, si Dios es justo y bueno, si Dios nos ama tanto, entonces, ¿por qué el mal? EL mal inocente es el que más escándalo nos causa (por ejemplo, pensar en la enfermedad de un niño).
Luego, está también el mal “culpable”. El hombre, es, a menudo responsable del mal. La historia del siglo XX ha demostrado ampliamente de cuanto mal es capaz el hombre… Y sin tener que ir a tales extremos, el mal es una realidad que afecta perpetuamente a nuestras relaciones, en nuestras
familias, comunidades, sociedades. Tomemos el ejemplo de la vida familiar: la familia es un ámbito privilegiado de relación entre el hombre y la mujer, los padres y sus hijos, los hermanos. Sin embargo, este lugar de comunicación y de amor, es también lugar de divisiones, antagonismos, incapacidad para comunicar. Incluso a veces, se dan relaciones de dominaciones, violencia, posesión egoísta.
El mal nos afecta interiormente, nos enreda. Cada uno podemos reconocer momentos en el que nos dejamos llevar por el movimiento del mal. Esta experiencia ha sido muy justamente descrita por San Pablo:
“no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. […] Querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo.” (Rom 7,15.18-19)
Lejos de simplificar la cuestión, este hecho la desdobla: ¿por qué el hombre hace el mal tan a menudo?
Finalmente, tendremos que relativizar la distinción entre mal “inocente” y mal “culpable”. La crisis ecológica y la multiplicación de fenómenos meteorológicos extremos, es un buen ejemplo de este entrelazamiento. En nuestro mundo cada vez más humanizado, la naturaleza ha sido profundamente trasformada y el hombre tiene una responsabilidad en estos fenómenos. Otro ejemplo, más a nivel social, es el de la soledad: ¿es fruto de las estructuras de nuestra sociedad, es una experiencia inherente a la condición humana, o es la persona quien tiene parte de responsabilidad en su propia soledad? Finalmente, podemos aludir aquí al “circulo de la miseria”, cuando uno reproduce los mismos actos del que ha sido víctima. Justamente porque la realidad del mal nos afecta, mal padecido y mal cometido no son dos compartimientos absolutamente estancos. Parece que en nuestra experiencia, los límites se difunden y todo se mezcla.
¡Todo esto es un embrollo, y no he respondido a ninguna pregunta! ¡Ya te había avisado! Pero describir nuestra experiencia es un primer paso para poder afrontar la realidad del mal. Seguiremos profundizando...
Mientras, puedes preguntarte:
¿Cuál es tu propia experiencia del mal?
¿Puedes hacer en tu experiencia la distinción entre mal culpable y mal inocente?
¿Te parecen entrelazados?
Te proponemos también leer algún pasaje del libro de Job (por ejemplo: (Jb 7,20-21; 10,15; 13,15;
6,13; 29,11-17; 40,4-5, 42,2-7). Me parece muy significativo y muy bonito que este tipo de expresión
del sufrimiento tenga su lugar en la Biblia. A ti ¿qué te inspiran estos pasajes?
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