.... LLAMADOS A LA MISIÓN COMPARTIDA
¿San Eugenio habría soñado que esta familia crecería en los cinco continentes, y se
harían participes diferentes vocaciones en ella?
En este mes, escuchamos la voz de una mujer laica, de la familia oblata. Se llama
Raquel Álvarez. Su vida y misión la desempeña en la comunidad parroquial de San Leandro (Madrid). Allí, junto a su familia y a la comunidad viva de laicos y misioneros oblatos que sirven en ella, va entregando su vida desde que era muy joven en diferentes grupos y actividades dentro de la parroquia y, actualmente también colabora con la procura de la misión oblata de la Provincia Mediterránea.
“La caridad para con el prójimo también es parte esencial de nuestro espíritu. La practicamos primero entre nosotros, amándonos como hermanos, considerando a nuestra Sociedad como la familia más unida que existe sobre la tierra, alegrándonos de las virtudes, de los talentos y demás cualidades que poseen nuestros hermanos, como si los poseyéramos nosotros mismos; aguantando con dulzura los pequeños defectos que algunos no han superado aún; cubriéndolos con el manto de la caridad más sincera, etc…”
San Eugenio de Mazenod,
Carta a Hippolyte Guibert, Julio 29, 1830, EO VII núm. 350
“Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de
carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y
hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.” Corintios 12, 3-7
Cuando pienso en misión compartida quiero pensar en una realidad que forma parte de un sueño, también compartido y que estamos en camino. Lo que es la misión está claro, aun teniendo numerosos matices, formas y maneras: “la evangelización de los pobres”. Lo que significa compartida es lo que vamos descubriendo poco a poco en un camino juntos. Desde el momento en que somos bautizados la misión pasa a ser nuestra,
independientemente de la forma de vida, las circunstancias y la vocación de cada uno, o como nos dice San Pablo, independientemente del carisma, ministerio y actuación. Es decir, si todos estamos bautizados la misión es de todos.
Ya desde los primeros tiempos del cristianismo, San Pablo tenía la intuición de que el
Espíritu Santo tiene la capacidad y la “intención” de formar el equipo perfecto. Siguiendo con el símil futbolístico, el Espíritu nos habilita a cada uno para jugar en un puesto específico y particular, ese puesto en el que jugamos mejor que nadie. Este partido nadie puede jugarlo sólo. Nadie puede tampoco “cargar el juego” sobre otros.
No se trata, por tanto, de que cada uno haga el partido por su cuenta, sino de que compartamos esa misión desde la comunión, que
¡vaya! tiene el mismo prefijo lingüístico
que compartir. Es decir, tampoco entiendo la misión compartida como que cada uno haga su parte y juntemos los trozos para completar la “misión”, sino que juntos, en comunión, llevemos adelante los trabajos y fatigas aportando cada uno sus dones y su persona en totalidad, para conseguir el, podríamos decir, “producto completo”, allí donde sea posible.
Celebramos estos días el aniversario de la aprobación de la Congregación de los OMI y sus Constituciones y Reglas, una de las reglas que hace referencia a los laicos nos dice:
“Apoyarán a los laicos en su esfuerzo por discernir y desarrollar sus propios talentos y carismas. Los animarán a comprometerse en el apostolado, a encargarse de ministerios, asumiendo las responsabilidades que les incumben en el seno de la comunidad cristiana”.
Así que, renovemos las ganas para, unos apoyar, otros esforzarse, discernir y desarrollar los talentos y carismas; también unos para animar y otros para comprometernos en el apostolado, encargarnos de ministerios y asumir las responsabilidades que nos incumban dentro de la comunidad cristiana.
Y quizá así consigamos avanzar en la evangelización de los pobres en estos tiempos en que nos ha tocado vivir. Partido a partido.
Raquel Álvarez
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