Hoy, el 8 de septiembre celebraremos 20 años de la aprobación como Instituto Religioso de derecho diocesano y, nos encontramos, casi a un año, de celebrar los 25 de vida comunitaria. Es un tiempo precioso para hacer memoria y agradecer el paso de Dios por nuestras vidas. Las hermanas que estuvimos allí y las personas que nos acompañaron, recordamos que fue un momento de gracia especial. Dios fue el protagonista de nuestra historia.
Un grupo de chicas jóvenes escuchamos la llamada de Dios, y nos dispusimos a seguirle con empeño y valentía allá donde esa voz indicara. Al principio parecía un sueño, pero después la Iglesia bendijo nuestro camino con la aprobación como Instituto Religioso de derecho diocesano. Esto significaba, que este modo de vida era un don para la Iglesia y por tanto, una propuesta también para otros. Así poco a poco fueron llegando hermanas de otros países con la misma llamada e inquietud, y ahora algunos jóvenes quieren participar también de este camino desde su vocación de laicos.
Hacer memoria de nuestra vocación nos ayuda a reconocer el modo en que Dios actúa en nuestras vidas.
¿Cómo escuchamos a Dios en aquel momento de nuestra historia?
¿Cómo nos hablaba?
¿Qué signos encontramos en el camino?
¿Cómo era nuestra disposición interior?
¿Cuáles eran nuestros sueños y deseos?
¿Dónde pusimos el corazón?
En aquel momento estuvimos dispuestas a soñar el sueño de Dios y a desear el deseo de Dios sobre cada una de nosotras. Hoy nos podemos hacer estas mismas preguntas pero en presente, con la finalidad de mirar desde otra perspectiva la llamada de Dios que siempre es permanente.
Esta historia que Dios comenzó en nosotras como una llamada comunitaria, no terminó en aquel momento si no que continúa en el hoy. El sueño de Dios está todavía por realizar y esta voz que escuchamos sigue resonando en cada una, y sin cada una, no terminará de escribirse esta historia que Dios ha comenzado, para el bien de muchas personas.
Estamos en el tiempo de seguir acompasando nuestro corazón con el corazón de Dios, nuestros sueños, con los sueños de Dios, nuestros deseos con los deseos de Dios. Así lo hizo San Eugenio y los primeros misioneros, en cada momento de sus vidas con sus más y su menos, con sus luchas, tensiones y fracasos, en sus alegrías y tristezas, con sus fortalezas y flaquezas, fueron acompasando su camino al paso de las llamadas de Dios.
¿Imaginaría Eugenio que la comunidad que comenzó abarcaría el mundo entero? ¿Imaginaría que el mensaje del evangelio llegaría a lugares insospechados y casi inaccesibles? ¿Pensaría alguna vez, que un grupo de mujeres siguiera a Jesús bajo su inspiración? ¿Se le pasaría por la cabeza que el don del carisma oblato se recrearía en otras formas de vida consagrada, e incluso en la vida de los laicos?
Los planes de Dios se caracterizan por la sobreabundancia y la desmesura, sobrepasando siempre nuestras limitadas expectativas. Desde esta perspectiva podemos mirar hoy el futuro, un futuro que trae consigo la promesa y la riqueza de la sobreabundancia de Dios.
Raquel Toro Gil, omi
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