Comenzamos esta nueva serie de la sección “haz esto y vivirás” con el testimonio misionero de Patricia Morán, una joven de nuestro grupo misionero, que ha compartido con nosotras una experiencia misionera en Marruecos. Fisioterapeuta de profesión y vocación, Patricia desarrolla su trabajo en Madrid desde el cuidado y cercanía con todos aquellos con los que se relaciona en su día a día. Le agradecemos de corazón que comparta con todos nosotros lo que significa para ella ser misionera:
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"He vivido la fe desde pequeña. Dios, para mí, es un Padre, el amigo que nunca falla, que camina a mi lado aunque yo me aleje de Él, que me lleva a confiar y tener esperanza, aun cuando parece casi imposible. Para mí es un regalo conocerle y, por eso, quiero que las otras personas también reciban ese regalo.
Siempre me han llamado la atención los misioneros: personas que dejan todo para llevar a Jesús donde haga falta, especialmente a los lugares donde no le conocen. Desde pequeña, Dios encendió esa llamita misionera en mi corazón y, con el tiempo, fue avivándola. Pero, por falta de valentía, nunca veía el momento de salir de mi entorno para llevarle a los demás. Hasta que, a principios de 2020, sentí la llamada a dar un paso más grande, sentí que Dios quería acercarme a la misión en otros lugares, a entregarme y entregarle a quien más lo necesitase. Me puse en camino, busqué y, providencialmente, encontré a las Misioneras Oblatas de María Inmaculada. ¡Al fin me iba a ir de misión! Pero llegó una pandemia, y ese paso que estaba dispuesta a dar, se frenó. No iba a ser cuándo y cómo yo pensaba, sino cuando Dios quisiera.
En ese tiempo de espera, entendí que la misión es ser discípulo de Jesús y llevarle a otras personas, viviendo el Evangelio. Y no hace falta irse lejos para hacer misión; en nuestro día a día, con nuestra familia o amigos, en el trabajo, en nuestro entorno más cercano, también puedo ser misionera y dar a conocer el amor y la misericordia de Dios que he experimentado. Y así lo vivo e intento cada día, especialmente en mi trabajo. Gracias a la fisioterapia, puedo acercarme a diferentes personas, muchas de ellas necesitadas de Dios. Él me ha dado unos talentos, me ha guiado para dedicarme a esta profesión tan vocacional, en la que puedo ser instrumento suyo al servicio de los demás.
Pero la llama de la misión ad gentes seguía ahí y, al fin, en julio de 2022, tuve la oportunidad de ir a Tetuán, en Marruecos. Llevaba a Jesús conmigo, le iba a dar a conocer a cada persona que se cruzara en mi camino, pero, al llegar, me sorprendió: Él ya estaba allí. Yo iba dispuesta a poner ese corazón ardiente en todo lo que hiciera y, realmente, allí encontré un corazón tan grande como el mundo. Durante las dos semanas que estuve allí, colaboré en Nour, una asociación para niños con diferentes discapacidades, en la que desempeñé mi profesión junto a los pequeños, sus familias y los voluntarios. Quería estar donde hiciera más falta, donde Dios me llamara, y ¿qué mejor que hacerlo allí donde podía entregar los talentos que el Señor me había dado?
Relacionando esta vivencia con el mensaje del Papa Francisco y el lema del Domund de este año, “corazones ardientes, pies en camino”, en mi experiencia misionera destacan tres momentos:
1. Corazones ardientes: al igual que los corazones de los discípulos de Emaús ardían cuando Jesús les explicaba las escrituras, mi corazón lo hacía cuando las familias de Nour me contaban sus desvelos y sufrimientos frente a la enfermedad, cuando escuchaba los testimonios de los inmigrantes que cruzan África para subir a una patera o saltar una valla fronteriza, o cuando un compañero me contaba lo que había vivido ese día en su misión.
2. Ojos abiertos: Como los dos de Emaús, descubrí al Señor cuando partió el pan y se entregó. Le vi en la celebración de la Eucaristía junto a los pocos católicos que estábamos allí, pero también le vi al convivir con los niños y sus familias, y al compartir la mesa con los inmigrantes subsaharianos.
3. Pies en camino: al igual que les ocurrió a los discípulos, mi encuentro con Jesús en Tetuán me hizo ponerme en camino para contar lo que allí había sucedido. Cuando volví a España y, aún hoy, doy muchas gracias a Dios por elegirme, llevarme, sorprenderme y hacerme instrumento suyo.
Le doy gracias por cada persona que se cruzó en mi camino y dejó una huella llena de vida en mí. Gracias por la acogida, el acompañamiento, la empatía, la compasión, la ternura, el agradecimiento que pude experimentar. Vivir esa experiencia fue un regalo del Señor. En Marruecos escuché las palabras de San Francisco de Asís que dicen: “Quizás tu vida sea el único evangelio que muchas personas vayan a leer”. Y eso me lleva a caminar viviendo la misión en mi vida diaria, desde la pregunta: “¿Qué quieres hacer con tu vida?”.
Patricia Morán,
Grupo Misionero OMI
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