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Dios y el mal. ¿Qué tienen que ver?

¿Os acordáis del evangelio del ciego del nacimiento, donde los discípulos preguntan a Jesús?: “¿Maestro, quien pecó? ¿Él o sus padres?” (Jn 9,1-2). Los discípulos relacionan la enfermedad del ciego (un mal físico) con el pecado (un mal moral). Detrás de esta pregunta podemos descubrir la cuestión sobre el origen del mal. ¿Dios lo manda? ¿Es por el pecado de la propia persona o el de las generaciones anteriores? Este evangelio además nos invita a identificarnos con este ciego.

Es verdad, profundizando en nuestra vida descubriremos dentro de nosotros dimensiones de ceguera, heridas y enfermedades que nos marcan y de las que somos víctimas. A la vez descubrimos que somos egoístas, orgullosos y que nosotros mismos participamos en el mal.


¿De dónde vienen estas dimensiones? ¿Cuál es el origen?


Para poder responder a esta cuestión tendremos que acordarnos de la distinción que hicimos entre el mal físico y el mal moral. ¿Cómo fue todo esto en el principio?


El relato de Génesis nos dice que Dios creó el mundo bien (seis veces escuchamos: “y vio que todo estaba bien”). También vemos que el hombre es la cumbre de la creación, creado a imagen ¿y semejanza? de Dios. Esto le da su dignidad. (Gen 1,1-27) Según la fe cristiana Dios no crea el mal. Él es Señor de todo y no hay otra potencia igual a Él, que es toda bondad. Se trata entonces ahora de situar el mal en el orden de este mundo creado.


Dios crea a Adán libre, y Dios respeta esta libertad por encima de todo. Le da solamente un mandamiento, que no coma del árbol de la ciencia del bien y del mal. (Gen 2,16) Aquí aparece el pecado, el mal moral. No porque Adán quiere ser como Dios, ese deseo lo puso Dios en su corazón, sino porque Adán no se fía del mandato que Dios le había dado.

Se produce la ruptura de la relación entre Dios y Adán, quien es símbolo, imagen de la humanidad. La condición hacia el pecado es propia de todo hombre, por el hecho de pertenecer a la humanidad, pero no es su esencia. El pecado original caracteriza así tanto a la persona individual como a la sociedad y a la humanidad entera.


Reconocemos estructuras de pecado que han existido antes y fuera de nosotros y son comunes a toda experiencia humana. Así nos podemos reconocer como “víctimas” pero también como “actores” del mal. Observamos, que frecuentemente las víctimas del mal se convierten en sus protagonistas. El pecado se va cultivando. Sabemos que este mecanismo influye pero no es determinante. Nos queda nuestra responsabilidad y nuestra libertad, con la que en lo pequeño podemos interrumpir esta cadena del mal.

Pero siguiendo atentamente el relato del Génesis, descubrimos también que la dimensión del mal ya aparece antes del pecado del hombre en la serpiente tentadora y en el árbol de la ciencia del bien y del mal. Según la tradición, Dios creó un mundo espiritual y material, que era bueno. En el mundo espiritual están los ángeles, que igual que el hombre tuvieron la libertad de decir sí o no a Dios. El no a Dios de ellos es un no permanente y absoluto, que aparece también como mal, no creado por Dios.


Y por último, nos queda la dimensión del mal físico. Durante la historia hubo muchos pensadores, que intentaron encontrar una respuesta al origen de este mal. Os adelanto, hasta ahora no se ha encontrado una respuesta satisfactoria del todo. Aquí os vamos a presentar dos líneas frecuentes de pensamiento.


La primera surge del pensamiento de que el mal es la ausencia del bien. Sabemos que donde hay luz también hay sombra, aunque ella solo existe por la luz. Así dijo por ejemplo San Agustín, que en un mundo de orden creado por Dios, aparece naturalmente también el desorden, el mal, como “sombra” del bien.

Otra manera de explicar el origen del mal físico es desde el concepto del desarrollo. Para poner un ejemplo: un niño que aprende a andar tiene que caerse para fortalecer la musculatura y adquirir el equilibrio necesario. Así el mundo es creado imperfecto y se perfecciona desarrollándose, también a través del sufrimiento. El hombre puede vivir esto de diferentes maneras: Por un lado puede “sufrir sus límites de enfermedad y de muerte” y puede vivir este hecho como una injusticia. Quizá lo que el pecado introdujo en el mundo y la humanidad, es esta manera desordenada de vivir los propios límites. Por otro lado el hombre que confía en Dios y se deja acompañar por Él puede salir fortalecido espiritualmente y en su relación con Dios.

Pues bien, estas líneas de pensamiento quizás nos pueden ayudar a la hora de vivir un sufrimiento inocente, nos pueden sostener porque orientan de alguna manera la mirada al bien (Mirad las cosas “buenas” que han surgido en la pandemia, como la solidaridad por ejemplo). Pero en el fondo no explican el origen del mal, porque Dios lo podría haber creado de otra manera y ante un sufrimiento inocente nos podrían incluso escandalizar.


Como ya dijimos desde el principio, en la cuestión del mal siempre queda el misterio. Job nos enseñó esto de manera singular: Dentro del mal que vive, expresa apasionadamente y con perseverancia su sufrimiento; grita su rabia, el sin sentido del mal y su deseo de morir. (Job 6,4.9) Pero por encima de todo se aferra a Dios y no duda de Su existencia ni de Su poder. Expresa hasta el fondo su confianza en Dios y Su presencia en medio del sufrimiento.


¿Y tú? ¿El mal te ha hecho alguna vez dudar de la existencia de Dios? ¿Cuándo has sufrido un mal concreto, que imagen de Dios te ha venido o como le has experimentado? ¿Qué reacciones has tenido hacia El: acusación, decepción? o más bien ¿ha sido una búsqueda de consolación y misericordia, confianza? ¿Reconoces que un mal sufrido te ha hecho crecer como persona y en tu fe? ¿Cómo? El Dios del cristianismo es un Dios que se nos revela. Tras acercarnos a la cuestión del mal con nuestro pensamiento es ahora importante preguntar a Dios desde la fe, como se manifiesta en estas dimensiones del mal. Esto será contenido de la siguiente reflexión. Continuaremos…


Katharina OMI

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