La llamada a la existencia
“Encontrar a Jesús, amarlo y hacerlo amar: he aquí la vocación cristiana.” (San Juan Pablo II)
“Nuestra vocación consiste en pertenecer a Jesús.” (Santa Teresa de Calcuta)
“Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. (Santa Teresita del Niño Jesús)
“Fuera de ti no hay buscarme,porque para hallarme a mí,bastará sólo llamarme,que a ti iré sin tardarmey a mí buscarme has en ti. “(Santa Teresa de Ávila)
“El llamamiento de Jesucristo, que se deja oír en la Iglesia a través de las necesidades de salvación de los hombres, congrega a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.” (San Eugenio de Mazenod)
Eso son sólo algunas frases de santos que describen la vocación o la llamada de Dios. En todas ellas se percibe, que la vocación en la vida de un cristiano es algo fundante, existencial, algo que da sentido a la vida y no es sólo anecdótico o reservado para algunos.
Eso mismo podemos observar también cuando leemos la historia de tantos personajes en la Biblia: Abrahán, Moisés, los profetas, los discípulos. Dios inicia su historia con ellos siempre a través de una llamada y esa vocación es crucial en su historia y da una orientación a toda su vida.
Por lo tanto, si realmente queremos que nuestra fe cristiana impregne nuestras vidas y se haga concreta en nuestras actitudes y decisiones, en fin, que se haga existencial, es imprescindible acercarse a la cuestión de la vocación y hacernos conscientes de esta realidad a la que Dios ha llamado y sigue llamando a cada uno de nosotros.
Sí, digo ha llamado, porque todos los que leemos esta reflexión, independientemente del momento y de la situación en la que estamos, hemos recibido ya una llamada y la estamos recibiendo todos los días. Esa llamada esta al principio de todo y es la llamada a la vida, a nuestra existencia. Ante todo, Dios te llama a la vida. Vamos a profundizar un poco en ella.
Te has preguntado alguna vez: ¿por qué vives o cuál es la razón de tu existencia, o de la vida de las personas que te rodean? O te has preguntado alguna vez, ¿por qué has nacido en estas condiciones y circunstancias y no en otras? ¿Por qué tienes tal don y no otro y por qué no está en tu poder cambiarlo por otro diferente? Podríamos ir a lo fácil y responder que existimos y vivimos con lo que somos por nuestros padres y por las circunstancias, pero pronto nos damos cuenta de que esta respuesta es muy limitada, porque también hubiera podido ser de otra manera.
Entonces nos encontramos ante una encrucijada donde podemos pensar, que toda nuestra vida, las circunstancias y condiciones están así por azar, o tal vez podemos reconocer y aceptar, que nuestra existencia, nuestra vida con todas sus características, remite a Alguien Otro. Desde allí surge con mucha claridad que nuestra vida no nos la hemos dado nosotros mismos, sino hemos sido llamados por Alguien a la existencia.
En esta realidad está toda la verdad de la existencia del hombre: Somos llamados a la vida por un Creador, que nos ama tanto, que nos ha creado de la nada para que podamos conocerle, amarle, entrar en comunión con Él y gozar de su presencia. Es esta llamada la que llena de sentido a nuestra vida y la de los demás, y nos hace reconocerla como un don.
Desde aquí podemos reflexionar sobre dos realidades. Por un lado, ser criatura llamada a la existencia y vivir la vida como un don significa que el valor de nuestra vida no nos viene ni por nuestras capacidades, ni los méritos.
Aunque no lo reconocemos tan fácilmente, pero muchas veces, fundamentamos nuestra vida en ello y eso es lo que el mundo tantas veces nos transmite. Si no, ¿por qué a menudo tenemos este afán de querer brillar con aquello que hacemos, tenemos o logramos? O, ¿por qué en la sociedad de hoy parece que hay vidas humanas que pueden ser desechadas? Sin embargo, si el valor de cada vida humana se fundamenta únicamente en que Dios la ha querido y la ha llamado a la existencia, para poder participar en su propia vida; no somos nosotros que lo determinamos. Este es el fundamento de la dignidad de la vida humana.
Por otro lado, ser criatura que está llamada a la vida, significa, que existe un Creador que nos conoce a cada uno profundamente. Hay un salmo en la Biblia, que lo describe con mucha belleza:
“Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares (...) Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce agradecida.”
Dios, nuestro Creador, conoce nuestra personalidad, nuestra historia, nuestras capacidades, nuestros deseos, pero también nuestros límites y debilidades. Y a todo eso ha dicho “sí” y todo eso al crearlo, lo llama para estar en comunión cada vez más profunda con Él.
A toda llamada sigue normalmente una respuesta. Esa es la particularidad de esta “primera” llamada de Dios a la existencia. Aquí ninguno de nosotros ha tenido la libertad de decir si o no en el momento de ser creado. Pero esta primera llamada de Dios no espera ninguna respuesta para originar la vida; sí, la espera, después, es más, la necesita, para que esta llamada se puede desarrollar y llegar a su pleno cumplimiento.
En este sentido la llamada a la existencia contiene el sentido vocacional profundo en cada vida humana. A nuestra vida, que es amada y querida por Dios, que es también profundamente conocida por Él, Dios espera una respuesta desde nuestra libertad. Esta respuesta es única e irrepetible en cada uno, la tenemos que descubrir y se va desarrollando, pero siempre tiene el mismo fin: el de poder estar cada vez más en comunión de amor con Dios y con los hombres. Esa es la llamada de cada ser humano. Cómo podemos dar esta respuesta y qué cosas son importantes para hallarla, lo iremos viendo en las siguientes reflexiones.
Katha, OMI
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