Cuando hablamos de amor ¿de qué hablamos?
Todos hablamos del amor. Todos tenemos, de algún modo, experiencia del amor. Lo anhelamos, lo buscamos... Incluso algunos dicen que es nuestra raíz y nuestra esencia: podemos amar y ser amados.
Un cristiano está particularmente llamado a poner el amor en el corazón de su fe y de su vida: las Escrituras cristianas contienen algunas perlas como éstas: “Dios es amor” (1 Jn 4,16) o “Amaros unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). Se ha llegado a describir, a veces, el cristianismo como religión del amor.
El amor tiene muchos nombres
Para hablar de amor, nos encontramos con un primer problema, ¡y bastante gordo! Es muy difícil aclarar de qué hablamos cuando hablamos de amor. Para convencerse de esto, solo hace falta echar un vistazo a la entrada “amor” del diccionario de la RAE… a mí, personalmente, ¡todas estas definiciones no me lo aclaran demasiado!
El amor tiene muchos nombres: es sentimiento, enamoramiento, pasión, deseo, comunión… también es aceptación del otro, fe, compasión, don, ternura, voluntad, compromiso, libertad…; el amor es fraterno, filial, paterno o materno, amistoso, conyugal… Sentimos bien que el amor es algo importante, un poco misterioso… Es una fuerza que nos hace salir de nosotros mismos y nos abre al otro, a algo más grande y más allá de nosotros mismos. Sentimos, por eso, que no nos satisface quedarnos con un pseudo-amor que sería mejor no llamar así… (https://pastoralsj.org/ser/838-por-que-lo-llaman-amor-cuando-quieren-decir).
Las palabras del amor en la Biblia
Para intentar aclararnos un poco, te propongo un pequeño desvío por las palabras que hablan del amor en la Biblia. El Nuevo Testamento, escrito en griego, utiliza principalmente dos palabras para hablar de amor: el verbo phileîn para hablar de un amor de igualdad y amistad, especialmente en la relación entre Jesús y sus discípulos; y sobre todo, la palabra agapê que se forma a partir de un verbo que designa el amor de preferencia, de predilección. No era muy usado en el griego de esta época, pero fue el verbo que se utilizó en la traducción griega del Antiguo Testamento para traducir la raíz hebrea ‘ahav. Corresponde a la palabra latina charitas. Esta palabra se convierte, sobre todo por el uso que hace San Pablo de ella, en la palabra cristiana por excelencia, para hablar del amor entre Dios y los hombres, y del amor que une a los cristianos.
Además, existía otra palabra griega para designar el amor carnal entre hombre y mujer: eros. Esta palabra tenía un matiz propio: hablaba de un amor que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que, en cierto sentido, se impone al ser humano, como un arrebato, un éxtasis. La Biblia casi no lo emplea (y el Nuevo Testamento, nunca).
Eros y agape
Así, a primera vista, parece que la reflexión cristiana opone eros y agapê: eros para el amor humano, “mundano” y agapê para el amor divino, el amor fundado en la fe y plasmado por ella. Para decirlo en un lenguaje más actual, –y en castellano– podríamos prolongar esta oposición hablando de “amor-sentimiento” y “amor-compromiso”. Vivimos en un ambiente (la posmodernidad) en el que se resalta mucho los sentimientos, lo inmediato, lo subjetivo, frente al uso de la razón, de la voluntad, el compromiso[1]. Parece que lo que más vale, son los sentimientos, y si ya no siento nada, si se ha apagado el “amor”, ¿para qué seguir?
Sin embargo, si nos quedamos allí (que sea inclinándose hacia un polo o hacia el otro, porque también los hay quienes hacen del amor un voluntarismo), creo que siempre iremos cojeando en nuestra búsqueda del amor[2]. Tomemos el ejemplo del dinamismo amoroso: si te enamoras de una persona, sientes deseo y fascinación por ella, y en un primer momento, lo experimentas como promesa de felicidad para ti mismo (eros). Luego, en la medida en la que te vas aproximando a ella y la vas conociendo, tu deseo se convertirá y buscarás más su felicidad, intentarás ser “para” ella (agapê). Y si no se convierte tu deseo, al final, se desvirtuará... Por otro lado, no puedes vivir y crecer en relación con esta persona, exclusivamente dando, también debes recibir. Así, podríamos decir que eros y agapê se complementan y se entretejen para realizar la verdadera esencia del amor[3].
El amor cristiano, camino de integración
Esto es importante porque significa que el amor cristiano al que estamos llamados no es algo que nos aparta de la vida humana, ni de nuestras relaciones cotidianas. No podemos separar completamente el amor humano y el amor divino, so pena de hacer de la fe cristiana un ideal inaccesible y desencarnado. El camino cristiano es camino de integración de los diferentes dinamismos que nos constituyen como seres humanos. Y creo que este camino del amor cristiano, aunque es trabajoso – ese amor ha de construirse día a día, en todas nuestras relaciones –, nos hace más humanos: realmente corresponde a lo que somos y a lo que estamos llamados a ser. Este es el camino que intentaremos recorrer juntos en las próximas entradas sobre el tema.
Mientras tanto, te invito a reflexionar un poco sobre cómo entiendes tú el amor: de todos los nombres que utilizamos para hablar del amor, ¿cuáles son importantes en tu vida? Y si quieres profundizar, puedes leer el himno a la caridad, de San Pablo en 1 Cor 13: ¿entiendes y vives el amor de la misma manera que Pablo? ¿A qué te invita este texto?
Laetita OMI
[1] En castellano, se utiliza normalmente querer para decir amar, lo que subraya de modo muy particular esta implicación de la voluntad en el amor. [2] De hecho, un Padre de la Iglesia del siglo IV, Gregorio de Nysa, se atrevió a hablar del amor divino como eros. Y la Biblia tampoco separa el amor humano y el amor divino. En ambos casos, utiliza la misma palabra: agapê. Es más, aunque no se utiliza la palabra eros, en ella, el amor entre hombre y mujer es, muchas veces, la imagen privilegiada del amor entre Dios y su pueblo. [3] Todo esto, lo explicó el papa Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, que puedes leer si quieres profundizar (ver en particular los números 2-18).
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