
(San Eugenio de Mazenod)
Él quiso ser el “sacerdote y servidor de los pobres”, entregándose por entero a ellos, de la misma manera que Dios se entregó hasta la muerte en cruz por él. San Eugenio provenía de una familia noble. Aunque vivió la Revolución Francesa, deseaba hacer carrera y tener una vida acomodada. En un Viernes Santo, ante una imagen de Cristo crucificado, experimenta el amor de Dios, un amor pleno e inmerecido por su parte. Esta experiencia de Cristo Salvador le lleva a cambiar su vida para dedicarse al anuncio del Evangelio a todos aquéllos que piden a gritos la salvación de Dios.
Y yo, como Misionera Oblata también me siento llamada a anunciar a Cristo a los más abandonados, a los pobres en sus múltiples aspectos, a todo aquél que pide una esperanza y la salvación en su vida. Pero, ¿hay pobres en mi barrio de Cuatro Caminos?, ¿cómo puedo acercarles a esta experiencia de la salvación? Os voy a contar la historia de dos niños, dos familias que han sido para mí los rostros de pobres, concretos y cercanos. Conocía a estas familias porque participan en la catequesis de la parroquia, pero me sobrecogió la situación en que vivían cuando me acerqué por casualidad a sus casas.
Kevin es un niño de 11 años que vive en una casa antigua en un sexto sin ascensor y fui a su casa para llevarle un papel. Llegué a la puerta, toqué al timbre y escuché cuchicheos en el interior pero nadie me abría. ¡Que vengo de la parroquia! Su mamá le tenía dicho que no abriera a nadie, pero al final abrió y pude comprobar cómo él y sus primitos habían pasado la tarde solos y se disponían a cenar.
Otro rostro concreto de la pobreza: un niño de seis años llora porque no quiere irse de la fiesta de la parroquia y su mamá está nerviosa porque lo tiene que dejar en casa antes de irse a trabajar. Para que el niño pudiera quedarse un poco más, le digo “no te preocupes, yo te lo acerco después”. Entrada la noche, al llevarlo a casa, mi sorpresa fue que abrió una adolescente que se encargaba de cuidarle a él y a su hermanito de pocos meses.
Me alegra que el Papa haya convocado esta I Jornada Mundial de los Pobres, porque es una ocasión más de pedirle a Dios que su gracia mueva mi afecto y mi voluntad para poder decir como San Eugenio mis hermanos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos.